febrero 16, 2012

184. El rincón D...



¡Vade retro, IPhone!

Daniel Garro Sánchez

    Hace algunos días, escuché la terrorífica noticia (terrorífica para mí, jeje) de que un concierto de la Filarmónica de Nueva York fue interrumpido por un IPhone. Estamos hablando, estimados lectores, de que la orquesta neoyorkina es la más antigua de Estados Unidos y una de las diez mejores del mundo, y que nunca, en ciento setenta años de existencia y a lo largo de más de catorce mil interpretaciones, nunca, repito, por ningún motivo, se había visto forzada a interrumpir una ejecución.

            Pues bien, resulta que durante la ejecución de nada más y nada menos que el movimiento final de la Novena Sinfonía de Gustav Mahler (los que tengan el privilegio y la capacidad de conocerla y apreciarla entenderán lo grave de esto), el dichoso aparatito comenzó a sonar de forma insistente, sin que su dueño hiciera algo para detenerlo.

El director de la orquesta, Alan Gilbert, al concluir que la infernal cosa no iba a dejar de emitir su característico y blasfemo tono de marimba, tomó la histórica decisión de interrumpir la divina labor mahleriana de la orquesta y dirigirse al dueño del diabólico instrumento de Lucifer. Una vez que la pagana chicharra estuvo silenciada y que su dueño aseguró que no volvería a sonar, el público aplaudió al Maestro Gilbert cuando regresó al podio para continuar con la mutilada ejecución.
            Según algunos medios de prensa, el aparatito sonó en modo de alarma, y no por una llamada o mensaje, lo cual podría disculpar en gran medida a su dueño, quien afirmó sentirse tan avergonzado que no quiso revelar su identidad, y aseguró ser un amante de la música sinfónica y ser también de los que se incomodan cuando los infernales teléfonos perturban el sagrado recinto del teatro.
            No obstante, y por motivo de que este servidor de ustedes es también de los que votarían a favor de una Ley de la República (o de ser posible el undécimo Mandamiento) que prohíba el ingreso con teléfono a los teatros, como si fueran armas, hago la siguiente reflexión: desde niños se nos ha inculcado que no se interrumpe a la gente cuando habla, que no se interrumpe una conversación ajena, que se respeta cuando un expositor está al frente, y que debe guardarse un respetuoso silencio en las conferencias, en los actos solemnes, en las velas, los entierros, las ceremonias religiosas (indistintamente de que participemos o no del credo respectivo), y por supuesto, en el más sagrado de los actos: un concierto de música sinfónica (los que tenemos el privilegio, el gusto y la sapiencia de asistir regularmente a uno).
            Pero, ¿qué sucede con los teléfonos celulares? ¿Acaso la molesta intromisión de una chicharra de esas durante una conferencia, una entrevista, una misa o un concierto no equivale exactamente a lo mismo: a esa irrespetuosa interrupción que se nos ha enseñado que no debemos hacer? ¿Acaso interrumpir a alguien que se está dirigiendo a nosotros para contestar el teléfono no es precisamente eso: interrumpir a la persona que nos está hablando?
            Es claro que los mal habidos teléfonos no tienen la culpa de su existencia, ni de las funciones para las cuales han sido expresamente diseñados; así mismo, la persona que llama no es clarividente para saber si con su llamada está interrumpiendo lo que no debe. Pero entonces, el responsable de mantener las normas de respeto y cortesía, tomando las medidas necesarias para que su telefonito no las viole, es el dueño. Dejar que nuestro teléfono falte al respeto a los otros, es como hacerlo nosotros mismos.
            Finalmente, quien no esté de acuerdo con mi humilde criterio, ya sabe, por su propia seguridad, a la par de quién NO debe sentarse en el teatro.
            ¡Jum!

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